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Ciudades positivas; Ciudades positivas;

¿Cómo podemos diseñar ciudades positivas para la naturaleza?

Las ciudades siempre han estado ligadas a la naturaleza, lo que ha determinado su desarrollo a lo largo del tiempo. Los primeros asentamientos se situaban estratégicamente cerca de las fuentes de agua, fundamentales para la supervivencia. El emplazamiento de las ciudades romanas también se vio influido por la topografía y la disponibilidad de agua. En la Edad Media, la civilización occidental europea tenía una percepción negativa de la naturaleza y consideraba los bosques como zonas peligrosas plagadas de animales salvajes.

Sin embargo, esta perspectiva empezó a cambiar durante el Renacimiento y la Ilustración. La gente empezó a apreciar la naturaleza por su lógica y orden inherentes, lo que condujo a una relación más amable entre el ser humano y la naturaleza. En el siglo XVIII, el Romanticismo despertó un nuevo sentimiento de aprecio por la naturaleza como fuente de placer y disfrute estético. La naturaleza pasó a valorarse por su belleza intrínseca, su significado espiritual y su impacto positivo en la calidad de vida.

Con este cambio de mentalidad se produjo una mayor concienciación sobre las consecuencias medioambientales de la actividad humana. En el siglo XIX, la investigación científica empezó a demostrar la importancia de la naturaleza para la salud pública, sobre todo en relación con enfermedades como el cólera y la malaria, vinculadas a las condiciones medioambientales. Como consecuencia, la gente empezó a entender la estrecha relación entre la vida humana y los ecosistemas naturales, dando lugar a iniciativas como los sistemas de alcantarillado en ciudades como Londres para hacer frente a problemas como la contaminación del agua causada por los vertidos de aguas residuales.

Un nuevo compromiso con la naturaleza

A lo largo de la historia la preocupación por los efectos negativos de la urbanización acelerada sobre la naturaleza ha ido creciendo, ya que se traducen en la pérdida y deterioro de los recursos naturales. Para abordar estos problemas se han puesto en marcha diversas medidas, como la conservación y la ordenación del territorio, que tratan de encontrar un equilibrio entre el desarrollo del uso del suelo y las necesidades de sostenibilidad medioambiental. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, siguen produciéndose desajustes, como las malas prácticas en el uso del suelo y los cambios medioambientales que surgen de ello, los cambios sociales y tecnológicos y, por último, el abuso y la codicia humanos.

Las crisis medioambientales de las décadas de 1960 y 1970 supusieron un punto de inflexión en la historia moderna, ya que generaron un aumento de la preocupación por el impacto de la actividad humana en la naturaleza. En esa época, la contaminación y la degradación ambiental generalizadas provocaron una mayor concienciación pública que desencadenó una oleada de activismo medioambiental. De hecho, en 1970 se celebró el primer Día de la Tierra, que reunió a millones de personas para sensibilizarlas sobre cuestiones medioambientales.

Las crisis medioambientales de las décadas de 1960 y 1970 convirtieron la necesidad de proteger más el medio ambiente en una prioridad para la opinión pública y allanaron el camino para promover una mayor regulación y activismo medioambientales en las décadas posteriores. Aun con estas políticas y normativas, la crisis medioambiental se mantiene hasta la fecha, agravada por el creciente urbanismo, el aumento del consumo y el cambio climático. Una crisis medioambiental, sin duda, es una crisis humana.

La naturaleza como cliente

La naturaleza como cliente

Los seres humanos siempre han basado su relación con la naturaleza en la extracción de recursos. Nosotros éramos los clientes y la naturaleza nos servía para distintos fines, desde proporcionarnos alimentos y calidad de vida hasta brindarnos servicios provenientes de los ecosistemas. Nuestra relación con la naturaleza está cambiando, y tiene que volver a cambiar de forma que la consideremos como un cliente cuyas necesidades debemos satisfacer. Si escuchásemos a la naturaleza, ¿qué nos diría?

En realidad, no es más que otra forma de preguntarnos cómo deberíamos recapacitar y adaptar las decisiones que tomamos y los proyectos que llevamos a cabo. Diseñar ciudades pensando en la naturaleza como cliente requiere un cambio fundamental en nuestro enfoque de la planificación, el diseño y el desarrollo urbanos.

Concebir la naturaleza como cliente aporta una valiosa amplitud y profundidad de enfoque, que nos ayuda a mirar más allá de los problemas individuales o las soluciones parciales. Adoptar una mentalidad favorable a la naturaleza significa adoptar un enfoque sistémico y coherente a la hora de evaluar el impacto de las propuestas del entorno construido, así como encontrar formas nuevas e innovadoras de acercar a las personas a la naturaleza dentro de nuestro hábitat urbano.

Dejemos hablar a la naturaleza

Dado el daño que ha sufrido la naturaleza en muchas ciudades del mundo, podemos predecir lo que podría demandar de cualquier proyecto futuro:

No dañar y respetar la naturaleza. Evitar las actividades que causan estragos en la naturaleza, como la contaminación, la deforestación o el urbanismo excesivo, y tomar medidas para limitar y revertir los efectos negativos. Está claro que debemos conservar y proteger los sistemas y el patrimonio natural, lo que implica más bien un cambio de mentalidad. De esta manera, es necesario preguntarse: ¿está justificado este desarrollo masivo? ¿No sería mejor no alterar el entorno y dejar que la naturaleza se mantenga intacta? Proteger la naturaleza nos protegerá a nosotros y a nuestras ciudades de desastres naturales como corrimientos de tierras, incendios, inundaciones y sequías.

Sanar la naturaleza. Tenemos que esforzarnos en restaurar, frenar y revertir los ecosistemas deteriorados para conseguir que vuelvan a su estado original, óptimo y saludable. Eso supone que cualquier proyecto de desarrollo se someta a una rigurosa evaluación previa de su impacto en la naturaleza. El Marco Global de Biodiversidad 2023, acordado en la COP15 de Montreal, facilita por primera vez a las organizaciones el estudio conjunto de estas cuestiones. El marco, como ha señalado mi compañero Rory Canavan, debería dar lugar a una respuesta más contundente tanto por parte de las empresas como de los gobiernos.

Aumentar la naturaleza. Esto significa dar prioridad e invertir en el potencial, la calidad y la cantidad de naturaleza en las ciudades. De este modo aumentarán los beneficios que la naturaleza nos proporciona, como la reducción de la contaminación atmosférica y el calor urbano, además de la mejora de nuestra salud mental. Muchas de las ciudades más populares del mundo son reconocidas por su forma de integrar la naturaleza, los bosques y los ríos, los canales y los parques, en el centro de la experiencia urbana. París está experimentando una revolución verde, que abarca desde la propuesta de zonas como los Campos Elíseos libres de coches hasta planes de reforestación en toda la ciudad. La ética es inequívoca: si se da prioridad a la naturaleza y se invierte en ella, se mejorará la habitabilidad, aumentarán los desplazamientos activos y se garantizará que la ciudad sea más sólida ante los efectos del cambio climático.

Dejar que la naturaleza nos ayude. Podemos trabajar con la naturaleza para encontrar soluciones a los retos urbanos y climáticos, como la contaminación atmosférica, el calor urbano y las inundaciones. Si nos centramos en la necesidad de paliar las temperaturas extremas o el viento y las precipitaciones en las ciudades, las soluciones basadas en la naturaleza son siempre más sostenibles que construir más infraestructuras o utilizar tecnología motorizada. Como defiende desde hace tiempo mi compañero Rudi Scheuermann, la naturaleza puede ser un poderoso aliado en la reducción de las temperaturas urbanas mediante el reverdecimiento de las fachadas de los edificios. La plantación de árboles protege del sol y la lluvia y además mejora la calidad del aire en los barrios. La lista de beneficios es larga y muy diversa. Apoyándonos en la naturaleza, podemos crear ciudades sostenibles y resilientes que nos beneficien tanto a nosotros como al medio ambiente.

Si lográramos integrar debidamente estas cuatro prioridades, el modelo de ciudad positiva para la naturaleza se convertiría en una realidad. Tras dos siglos de urbanización e industrialización continuas, y en un contexto de necesidad imperiosa de adaptarnos al cambio climático y tomar medidas para aumentar la resiliencia, necesitamos escuchar a la naturaleza. Solo entonces podremos abrazar una visión diferente de la ciudad y dejar que la naturaleza penetre en los espacios donde se diseñan los proyectos de los clientes.